miércoles, 15 de abril de 2009

Bendito amigo gay.

Como decíamos ayer, lo gay está de moda. Es una triste realidad, porque lo ideal sería vivir en un mundo sin ningún tipo de discriminación, ni negativa ni positiva. Pero parece que antes de normalizar las cosas tenemos que pasar por adorarlas, después de haberlas despreciado.

Y como está de moda lo gay, ahora todo el mundo quiere tener un amigo gay para decir "¡yo qué voy a tener contra los gays, si conozco a muchos y de hecho mi mejor amigo es gay!". Ésta es de esas frases que habría que enmarcar en el pasillo de "frases célebres que se cargan la tolerancia".

Pero es que tener un amigo gay tiene más beneficios que un parco intento de demostrar ser progre y tolerante. Y os voy a contar el más representativo de los que yo he obtenido.

Ser un odre tiene efectos secundarios, y uno de ellos es preguntarse dónde ha puesto una el atractivo, en medio de tanta orondez. No se pretende ser una de esas mujeres que prácticamente colocan sus senos en la boca de asombrados hombres, pero sí gustaría provocar un poco, efectuar contoneos sin sentir el clamor carcajil.

Pues yo tengo un amigo gay (porque soy muy progre, y de izquierdas), con el que me encontraba paseando por las calles santiaguesas, cuando un hombre desconocido se me quedó mirando descaradamente. Mi primera reacción, obviamente, fue pensar (en alto) que ya podía ser más discreto el bueno del caballero (en realidad creo que no empleé esas respetuosas palabras...), que si acaso no había visto un odre anteriormente... a lo que mi amigo (gay) respondió: "No seas ingénua, ni siquiera se ha percatado de lo que rodea a tus tetas. Es hombre, se pasan la vida queriendo volver a la infancia, y qué mejor modo de hacerlo que enterrarse en un buen par de peras". Ay, bendito mi amigo. Siempre me quedará la duda de si es verdad o no, pero mira que buen ratito me dedicó...

Eso no lo diría un amigo hetero (al menos no haría nada más allá de quedarse hipnotizado con el bamboleo mientras se lo preguntas), ni una amiga, de la tendencia sexual que fuese. Porque la amiga hetero hablará desde la envidia, y la amiga homo... ¿Alguien tiene una para prestarme?

domingo, 12 de octubre de 2008

Sin complejos

Para un odre parece que la única (y enorme) desgracia de esta vida sea ser oronda, pero en realidad la frase “a perro flaco todo se le vuelven pulgas” cobra aquí especial relevancia, porque la obesidad pasa de ser únicamente una enfermedad a convertirse en un síndrome con múltiples síntomas:

- El tamaño de nuestros pies disminuye de manera inversamente proporcional al aumento del tamaño de nuestras caderas, por lo que la gente comienza a comentar: “Jajaja, qué pies más pequeños tienes” (“Sí, cabrón, más o menos del tamaño de tu cerebro”).

- Aún así, el síntoma anterior no importa demasiado, dado que nuestra pechonalidad ocupa un porcentaje tan elevado de nuestra masa corporal que, de todos modos, haces años que no nos vemos los pies. Pero damos las gracias a los seres de “enano cerebro” por recordarnos cuál es su aspecto.

- Nuestro culo escapa totalmente a nuestro control (debido al molesto detalle de que no poseemos ojos en el ídem), por lo que vamos por la vida sin poder evitar dar culetazos a toda cosa o persona que se nos ponga al alcance. Se nos ha pedido amablemente que abandonemos locales públicos (normalmente con objetos frágiles en sus estanterías) en multitud de ocasiones e incluso hay familiares y amigos de los que sólo tenemos noticias en Navidad y por teléfono, o desde el otro lado del país, lugar al que les hemos enviado la última vez que bailamos la Lambada.


Y podría continuar enumerando un sinfín de desgracias inherentes a la condición de odre, pero el caso es que no es ese mi gran complejo. Porque he comentado, y es cierto, que no ha sido hasta este año que he aceptado mis dimensiones, pero ni antes ni después he sido víctima de un complejo de gorda tan grande… como el que tengo por la magnitud de mis pabellones auditivos.

No se trata de unas orejas descomunalmente grandes, ni de forma horrible, o color desagradable, o tacto viscoso, no… Se trata más bien de una desafortunada confluencia de factores que se ha producido en mi cabeza en el momento de su elaboración: mis orejas sobresalen como las de un sofá orejero (y de ahí nos viene el nombre), y mi rostro ocupa una parte mínima de mi cara, lo que me da apariencia de un Steve Urkle cualquiera, e incluso tengo una foto con la que podría demostrar que soy él, pero en versión “leche manchada”, y no café olé, como es su caso. Hace años que mis apéndices auditivos no ven la luz del sol, porque permanecen ocultos entre la maleza capilar, escondidas del mundanal y poco comprensivo ruido, avergonzadas por su actitud siempre atenta (efectivamente, siempre llevo conectado el radar, y en estéreo).

Cierto día, charlando con un grupo de recientes compañeros de trabajo, surgió el tema de los complejos (os recomiendo que no lo hagáis; ciertamente no es el mejor tema de conversación en un grupo de personas que apenas se conocen). Cada uno fue enumerando el suyo, y comentando qué hacía día a día para superarlo. Cuando llegó mi turno, le conté: “Mi complejo creo que salta a la vista, no es necesario mencionarlo. Es herencia paterna, en cierto modo es un signo de distinción familiar, pero obviamente es de lo más horrible y engorroso, y me gustaría paliarlo. De momento, y hasta que la economía me acompañe, me limito a disimularlo con el pelo”. Enseguida, alguna persona “”comprensiva y piadosa”” (léase mi ironía entre líneas), comentó que “Yo creía que eso se solucionaba con dieta”. La conclusión fue que mis congéneres laborales se quedaron pensando cómo se puede disimular la obesidad con pelo, y yo me quedé pensando cuál es esa dieta milagrosa que disimula las orejas de soplillo.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Adicta a las compras.

A mis 29 años, me he pasado 28 renegando de las compras, los accesorios, los bolsos y los zapatos. No comprendía por qué tantas mujeres en nuestro planeta (no sé si en los demás planetas ocurre también) pierden la cabeza por los tacones, las hebillas y los colgantes de Tous. Y, mucho menos, el por qué de la obsesión con los Manolo Blanhik de a 1000€ el par… ¿Y nos extraña que haya tanto fetichista de los pies?
Me he pasado, digo, 28 años renegando… hasta que cumplí los 29 (creía que esto sólo pasaba con la crisis de los 30. Es que siempre he sido muy precoz para todo… pero, por si acaso, le pediré una partida de nacimiento a mi madre) y ocurrieron dos cosas:
a) acepté mi condición de odre
b) mi tía María me regaló un colgante
a) Sí, porque yo no siempre he aceptado ser un odre. De adolescente era bastante delgada, con mis curvitas y eso, pero estaba bien. Hasta que decidí que me sobraban unos 5kgs y me puse a dieta. Mes y medio después pesaba 5kgs menos… 4 meses después pesaba 10kgs más que en inicio. Al verano siguiente, pensaba: "no me voy a comprar ropa ni nada, porque tengo que perder estos 10kgs. Es que yo no soy gorda, sólo soy una delgada atrapada en el cuerpo de una gorda (palabras de un afamado endocrino de por aquí)…". Así que, de nuevo, intenté adelgazar 10kgs, pero lo que conseguí fue adelgazar 8kgs temporalmente… y engordar 10-15 después.
Pero yo me seguía diciendo: "yo no soy una gorda, soy una delgada atrapada en el cuerpo de una gorda. Cuando adelgace me compraré todos los trapitos que quiera…" y, como premio a ese pensamiento, obtenía de nuevo una colección de nuevos kilos, tras una breve pérdida de peso inicial. Esto ocurrió durante 10 años ininterrumpidamente. Así que al final, este año, me dije: "Pues va a ser que sí soy una gorda, porque como siga diciendo que no voy a terminar por necesitar una grúa para ir de la cama al baño". Y comencé a asumir que es hoy cuando tengo que comprarme trapitos, porque nunca estaré delgada.

b) A esto se unió que mi tía me regaló, entre otras cosas, un colgante por mi cumpleaños. Si hubiese sido cualquier otra persona se hubiera comido el colgante con patatas, pero mi tía María es un ser tan divino que, lo menos que podía hacer, era ponérmelo. Como no tenía con qué ponérmelo, me compré una camiseta y unos pendientes que hiciesen juego con el color del colgante. Obviamente, tuve que comprarme unos zapatos a juego con la camiseta. Más adelante, un bolso a juego con los zapatos.
Y, cuando me dí cuenta, tuve que comprarme más colgantes, porque ya era incapaz de salir a la calle sin ellos, con sus correspondientes camisetas, pendientes, zapatos y bolsos. Y, cuando ya era demasiado tarde para mi, me sorprendí mirando los escaparates de las zapaterías con la boca abierta de par en par y una leve babilla resbalando por mi mentón…

Dado que vivo lejos de mi ciudad natal, pasó un tiempo hasta que volví a ver a mi tía, quien me dijo, con su maravilloso tono de voz (y obviamente en broma): "Ay, estás echada a perder, vas toda mosna con tus colgantes, tus zapatitos y tu bolso. ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo has cambiado tanto de idea?". Me imagino que se quedó a cuadros cuando le grité, con los ojos fuera de las órbitas, que "¡¡ES CULPA TUYA!!"

Por eso, si alguien pregunta, ella tiene la culpa de que hoy yo sea adicta a las compras.

viernes, 29 de agosto de 2008

Incoherencias

Ayer, en mi lugar de trabajo, había dos niños muy correctamente sentados en la sala de espera, mientras mis compañeros atendían a su mamá. Caminaba yo hacia ellos, pensando en decirles "¡Qué niños más buenos y obedientes!" (frase cursi donde las haya, pero supongo que he terminado por parecerme a mi padre, gracias a todos los esfuerzos que he hecho para no parecerme a mi madre), hasta que el más pequeño (de unos 4 años) le dijo al mayor (de unos 7): "¡Ala, qué gorda!", obviamente refiriéndose a mi apariencia de odre. Enseguida, el más mayor le tapó la boca con su mano, y le reprendió por el comentario. Eso me hizo pensar en varias cosas:
  1. La primera, cómo no, que un comentario así, viniendo de un niño inocente, que además no tiene intención de mentir ni de herir, duele en realidad más que cualquier comentario de boca de un adolescente encabronado, que al fin y al cabo busca reafirmarse a sí mismo, y ocultar sus pequeños defectos bajo la obviedad de los de los demás.
  2. La segunda, que la reacción del hermano es escalofriante, cómo un niño de 7 años está ya condicionado por esta sociedad, sabiendo distinguir que un comentario como el de su hermanito pequeño puede herir a una persona adulta con sobrepeso. Este hecho tan simple da que pensar acerca de la sociedad en la que vivimos y la importancia que se le da a la estética. ¿Por qué los niños, cuando quieren herir, recurren al insulto fácil de "feo", "gordo", "enano"? Lo dicho, es escalofriante.
Hace unos días, en el gimnasio, tuve un encuentro semejante, esta vez con una mujer ya mayor. Coincidí con ella primero en la piscina, y ya se creyó con unas confianzas que nadie le dió, porque fui cortés cuando chocó conmigo. A veces creo que la gente mayor se cuela en el súper o pegan paraguazos por las aceras como estrategia para conocer a gente tolerante: "Si soporta una patada con una sonrisa, es que es apta para contarle vida y milagros de mis siete hijos y mis veinticinco nietos".

Bueno, que me lío: tras la piscina, coincidimos en la sauna, y me pregunta: "¿También vas a los aparatos esos?". "Sí", respondo yo, con un deje de hastío en la voz porque la sauna es para relajarse, y su voz no era precisamente melosa. "¡Ah! Pues ya haces cosas, ¿no? Pero, aún así, no adelgazas tanto...". Yo no sé a quién se le quedó más cara de idiota, si a ella, o a mí. Ella se dió cuenta de que el comentario no era el más adecuado, pero no supo por dónde salir, y prefirió callar a seguir ahondando en la herida.

Como decía, estos son los comentarios que más duelen, los que se dicen desde la espontaneidad. Un niño, una señora mayor... hasta ellos están condicionados por la estética implantada...

Bueno, no pierdo la esperanza. Mi hermana me dice: "Mira Beyoncé, cada vez más curvas, parece que se van a poner de moda otra vez los odres...". Será que, con la "no-crisis", estamos deseando que regresen las vacas gordas...

jueves, 28 de agosto de 2008

De odres y otras cosas.

"Odre": dícese de la mujer oronda que eclipsa la luz natural del sol, para mofa, escarnio y molestia de los demás viandantes, sobre todo de los adolescentes (no necesariamente por edad).

Esta definición, acuñada por una fiel amiga, gracias a la "gracia divina" de su padre, me define a la perfección. Camino por la calles llevando conmigo un volumen desmesurado, hecho del que los demás no se cansan de hacerme sabedora. Si viajo en avión, me aconsejan que pague dos plazas. Si me compro un coche, me recomiendan que escoja uno de más tamaño. Si compro ropa, ésta tendrá, como mínimo, un valor equivalente a diez trapitos de Zara.

Si los kilos de más fuesen oro, sería inmensamente rica, y podría permitirme todos esos lujos que parecen ser inherentes a los odres como yo. Pero resulta que ser gordo no le proporciona a uno dinero extra. Porque en mi trabajo no me dicen: "oiga, como es usted un odre, y es obvio que come por dos... o incluso tres, le voy a subir el sueldo para que pueda financiarse el mantenimiento de sus kilos".

Lo que yo estoy esperando, en esta sociedad que de repente adopta como hijos predilectos todo aquello que considera desviado, es que nos llegue el momento de estar de moda y podamos sufrir la ya consabida discriminación positiva de la que son objeto muchos otros colectivos. He escuchado, en algún momento: "No sé por qué a los gays se les ha de tratar diferente si son sólo personas con una característica más, como pueda ser alto, gordo o pelirrojo". ¿Disculpe? No, no. Nosotros no somos iguales que los gays, ¡ya nos gustaría! Nosotros no tenemos un "día del orgullo odre", no hay bares para gordos, no hay toda una línea de productos erótico-erógenos para obesos...

No, nosotros sólo tenemos el honor de poder frecuentar tiendas de tallas grandes, donde lo más bonito que podemos encontrar es un sujetador tamaño paracaídas, color champán. Discúlpenme, señor fabricante-diseñador, pero lo más seductor de esta prenda es el nombre de champán, con el que uno puede pensar en emborracharse para reírse del tamaño paracaídas.

Pero hubo un tiempo en que las carnes fofas tuvieron su éxito. Los hombres pensaban que las mujeres demasiado delgadas estaban enfermas (...), y preferían carnes poco prietas y blandas donde poder amarrar sus manos con fundamento. Esto fue allá por el año maricastaño, pero como ahora dicen que vuelve lo antiguo... no perdamos la esperanza, puede que pronto volvamos a estar de moda, con arrugas y todo :D