Ayer, en mi lugar de trabajo, había dos niños muy correctamente sentados en la sala de espera, mientras mis compañeros atendían a su mamá. Caminaba yo hacia ellos, pensando en decirles "¡Qué niños más buenos y obedientes!" (frase cursi donde las haya, pero supongo que he terminado por parecerme a mi padre, gracias a todos los esfuerzos que he hecho para no parecerme a mi madre), hasta que el más pequeño (de unos 4 años) le dijo al mayor (de unos 7): "¡Ala, qué gorda!", obviamente refiriéndose a mi apariencia de odre. Enseguida, el más mayor le tapó la boca con su mano, y le reprendió por el comentario. Eso me hizo pensar en varias cosas:
- La primera, cómo no, que un comentario así, viniendo de un niño inocente, que además no tiene intención de mentir ni de herir, duele en realidad más que cualquier comentario de boca de un adolescente encabronado, que al fin y al cabo busca reafirmarse a sí mismo, y ocultar sus pequeños defectos bajo la obviedad de los de los demás.
- La segunda, que la reacción del hermano es escalofriante, cómo un niño de 7 años está ya condicionado por esta sociedad, sabiendo distinguir que un comentario como el de su hermanito pequeño puede herir a una persona adulta con sobrepeso. Este hecho tan simple da que pensar acerca de la sociedad en la que vivimos y la importancia que se le da a la estética. ¿Por qué los niños, cuando quieren herir, recurren al insulto fácil de "feo", "gordo", "enano"? Lo dicho, es escalofriante.
Hace unos días, en el gimnasio, tuve un encuentro semejante, esta vez con una mujer ya mayor. Coincidí con ella primero en la piscina, y ya se creyó con unas confianzas que nadie le dió, porque fui cortés cuando chocó conmigo. A veces creo que la gente mayor se cuela en el súper o pegan paraguazos por las aceras como estrategia para conocer a gente tolerante: "Si soporta una patada con una sonrisa, es que es apta para contarle vida y milagros de mis siete hijos y mis veinticinco nietos".
Bueno, que me lío: tras la piscina, coincidimos en la sauna, y me pregunta: "¿También vas a los aparatos esos?". "Sí", respondo yo, con un deje de hastío en la voz porque la sauna es para relajarse, y su voz no era precisamente melosa. "¡Ah! Pues ya haces cosas, ¿no? Pero, aún así, no adelgazas tanto...". Yo no sé a quién se le quedó más cara de idiota, si a ella, o a mí. Ella se dió cuenta de que el comentario no era el más adecuado, pero no supo por dónde salir, y prefirió callar a seguir ahondando en la herida.
Como decía, estos son los comentarios que más duelen, los que se dicen desde la espontaneidad. Un niño, una señora mayor... hasta ellos están condicionados por la estética implantada...
Bueno, no pierdo la esperanza. Mi hermana me dice: "Mira Beyoncé, cada vez más curvas, parece que se van a poner de moda otra vez los odres...". Será que, con la "no-crisis", estamos deseando que regresen las vacas gordas...