viernes, 29 de agosto de 2008

Incoherencias

Ayer, en mi lugar de trabajo, había dos niños muy correctamente sentados en la sala de espera, mientras mis compañeros atendían a su mamá. Caminaba yo hacia ellos, pensando en decirles "¡Qué niños más buenos y obedientes!" (frase cursi donde las haya, pero supongo que he terminado por parecerme a mi padre, gracias a todos los esfuerzos que he hecho para no parecerme a mi madre), hasta que el más pequeño (de unos 4 años) le dijo al mayor (de unos 7): "¡Ala, qué gorda!", obviamente refiriéndose a mi apariencia de odre. Enseguida, el más mayor le tapó la boca con su mano, y le reprendió por el comentario. Eso me hizo pensar en varias cosas:
  1. La primera, cómo no, que un comentario así, viniendo de un niño inocente, que además no tiene intención de mentir ni de herir, duele en realidad más que cualquier comentario de boca de un adolescente encabronado, que al fin y al cabo busca reafirmarse a sí mismo, y ocultar sus pequeños defectos bajo la obviedad de los de los demás.
  2. La segunda, que la reacción del hermano es escalofriante, cómo un niño de 7 años está ya condicionado por esta sociedad, sabiendo distinguir que un comentario como el de su hermanito pequeño puede herir a una persona adulta con sobrepeso. Este hecho tan simple da que pensar acerca de la sociedad en la que vivimos y la importancia que se le da a la estética. ¿Por qué los niños, cuando quieren herir, recurren al insulto fácil de "feo", "gordo", "enano"? Lo dicho, es escalofriante.
Hace unos días, en el gimnasio, tuve un encuentro semejante, esta vez con una mujer ya mayor. Coincidí con ella primero en la piscina, y ya se creyó con unas confianzas que nadie le dió, porque fui cortés cuando chocó conmigo. A veces creo que la gente mayor se cuela en el súper o pegan paraguazos por las aceras como estrategia para conocer a gente tolerante: "Si soporta una patada con una sonrisa, es que es apta para contarle vida y milagros de mis siete hijos y mis veinticinco nietos".

Bueno, que me lío: tras la piscina, coincidimos en la sauna, y me pregunta: "¿También vas a los aparatos esos?". "Sí", respondo yo, con un deje de hastío en la voz porque la sauna es para relajarse, y su voz no era precisamente melosa. "¡Ah! Pues ya haces cosas, ¿no? Pero, aún así, no adelgazas tanto...". Yo no sé a quién se le quedó más cara de idiota, si a ella, o a mí. Ella se dió cuenta de que el comentario no era el más adecuado, pero no supo por dónde salir, y prefirió callar a seguir ahondando en la herida.

Como decía, estos son los comentarios que más duelen, los que se dicen desde la espontaneidad. Un niño, una señora mayor... hasta ellos están condicionados por la estética implantada...

Bueno, no pierdo la esperanza. Mi hermana me dice: "Mira Beyoncé, cada vez más curvas, parece que se van a poner de moda otra vez los odres...". Será que, con la "no-crisis", estamos deseando que regresen las vacas gordas...

jueves, 28 de agosto de 2008

De odres y otras cosas.

"Odre": dícese de la mujer oronda que eclipsa la luz natural del sol, para mofa, escarnio y molestia de los demás viandantes, sobre todo de los adolescentes (no necesariamente por edad).

Esta definición, acuñada por una fiel amiga, gracias a la "gracia divina" de su padre, me define a la perfección. Camino por la calles llevando conmigo un volumen desmesurado, hecho del que los demás no se cansan de hacerme sabedora. Si viajo en avión, me aconsejan que pague dos plazas. Si me compro un coche, me recomiendan que escoja uno de más tamaño. Si compro ropa, ésta tendrá, como mínimo, un valor equivalente a diez trapitos de Zara.

Si los kilos de más fuesen oro, sería inmensamente rica, y podría permitirme todos esos lujos que parecen ser inherentes a los odres como yo. Pero resulta que ser gordo no le proporciona a uno dinero extra. Porque en mi trabajo no me dicen: "oiga, como es usted un odre, y es obvio que come por dos... o incluso tres, le voy a subir el sueldo para que pueda financiarse el mantenimiento de sus kilos".

Lo que yo estoy esperando, en esta sociedad que de repente adopta como hijos predilectos todo aquello que considera desviado, es que nos llegue el momento de estar de moda y podamos sufrir la ya consabida discriminación positiva de la que son objeto muchos otros colectivos. He escuchado, en algún momento: "No sé por qué a los gays se les ha de tratar diferente si son sólo personas con una característica más, como pueda ser alto, gordo o pelirrojo". ¿Disculpe? No, no. Nosotros no somos iguales que los gays, ¡ya nos gustaría! Nosotros no tenemos un "día del orgullo odre", no hay bares para gordos, no hay toda una línea de productos erótico-erógenos para obesos...

No, nosotros sólo tenemos el honor de poder frecuentar tiendas de tallas grandes, donde lo más bonito que podemos encontrar es un sujetador tamaño paracaídas, color champán. Discúlpenme, señor fabricante-diseñador, pero lo más seductor de esta prenda es el nombre de champán, con el que uno puede pensar en emborracharse para reírse del tamaño paracaídas.

Pero hubo un tiempo en que las carnes fofas tuvieron su éxito. Los hombres pensaban que las mujeres demasiado delgadas estaban enfermas (...), y preferían carnes poco prietas y blandas donde poder amarrar sus manos con fundamento. Esto fue allá por el año maricastaño, pero como ahora dicen que vuelve lo antiguo... no perdamos la esperanza, puede que pronto volvamos a estar de moda, con arrugas y todo :D