miércoles, 3 de septiembre de 2008

Adicta a las compras.

A mis 29 años, me he pasado 28 renegando de las compras, los accesorios, los bolsos y los zapatos. No comprendía por qué tantas mujeres en nuestro planeta (no sé si en los demás planetas ocurre también) pierden la cabeza por los tacones, las hebillas y los colgantes de Tous. Y, mucho menos, el por qué de la obsesión con los Manolo Blanhik de a 1000€ el par… ¿Y nos extraña que haya tanto fetichista de los pies?
Me he pasado, digo, 28 años renegando… hasta que cumplí los 29 (creía que esto sólo pasaba con la crisis de los 30. Es que siempre he sido muy precoz para todo… pero, por si acaso, le pediré una partida de nacimiento a mi madre) y ocurrieron dos cosas:
a) acepté mi condición de odre
b) mi tía María me regaló un colgante
a) Sí, porque yo no siempre he aceptado ser un odre. De adolescente era bastante delgada, con mis curvitas y eso, pero estaba bien. Hasta que decidí que me sobraban unos 5kgs y me puse a dieta. Mes y medio después pesaba 5kgs menos… 4 meses después pesaba 10kgs más que en inicio. Al verano siguiente, pensaba: "no me voy a comprar ropa ni nada, porque tengo que perder estos 10kgs. Es que yo no soy gorda, sólo soy una delgada atrapada en el cuerpo de una gorda (palabras de un afamado endocrino de por aquí)…". Así que, de nuevo, intenté adelgazar 10kgs, pero lo que conseguí fue adelgazar 8kgs temporalmente… y engordar 10-15 después.
Pero yo me seguía diciendo: "yo no soy una gorda, soy una delgada atrapada en el cuerpo de una gorda. Cuando adelgace me compraré todos los trapitos que quiera…" y, como premio a ese pensamiento, obtenía de nuevo una colección de nuevos kilos, tras una breve pérdida de peso inicial. Esto ocurrió durante 10 años ininterrumpidamente. Así que al final, este año, me dije: "Pues va a ser que sí soy una gorda, porque como siga diciendo que no voy a terminar por necesitar una grúa para ir de la cama al baño". Y comencé a asumir que es hoy cuando tengo que comprarme trapitos, porque nunca estaré delgada.

b) A esto se unió que mi tía me regaló, entre otras cosas, un colgante por mi cumpleaños. Si hubiese sido cualquier otra persona se hubiera comido el colgante con patatas, pero mi tía María es un ser tan divino que, lo menos que podía hacer, era ponérmelo. Como no tenía con qué ponérmelo, me compré una camiseta y unos pendientes que hiciesen juego con el color del colgante. Obviamente, tuve que comprarme unos zapatos a juego con la camiseta. Más adelante, un bolso a juego con los zapatos.
Y, cuando me dí cuenta, tuve que comprarme más colgantes, porque ya era incapaz de salir a la calle sin ellos, con sus correspondientes camisetas, pendientes, zapatos y bolsos. Y, cuando ya era demasiado tarde para mi, me sorprendí mirando los escaparates de las zapaterías con la boca abierta de par en par y una leve babilla resbalando por mi mentón…

Dado que vivo lejos de mi ciudad natal, pasó un tiempo hasta que volví a ver a mi tía, quien me dijo, con su maravilloso tono de voz (y obviamente en broma): "Ay, estás echada a perder, vas toda mosna con tus colgantes, tus zapatitos y tu bolso. ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo has cambiado tanto de idea?". Me imagino que se quedó a cuadros cuando le grité, con los ojos fuera de las órbitas, que "¡¡ES CULPA TUYA!!"

Por eso, si alguien pregunta, ella tiene la culpa de que hoy yo sea adicta a las compras.